martes, 12 de agosto de 2008

La Sopa

A ella le gustaba una sopa de cebolla
que había aprendido a guisar
cuando fue a estudiar alta cocina a la universidad.

Y mientras rebanaba cebolla tras cebolla,
me gritaba desde la cocina
que le pusiera los discos de José José
que yo había llevado desde México.

Afuera, en pleno verano, la noche de Madrid
era una explosión de júbilo y de luces en las calles,
en los bares y en los almacenes.

Y era el tiempo en que a ella
todavía no le pasaba por la cabeza
darme en la madre como después lo hizo.

Así que, después de comernos la sopa,
regada convenientemente con dos buenos litros
de un Rioja exclusivo y certificado,
pasábamos a su cama para hacer el amor lentamente,
hasta que nos mudaba la piel
y la dicha llegaba en el pasmo de un solo instante,
escuchando a José José
y a mis necedades de Bach, como ella decía.

Y por ese entonces así transcurría mi vida,
¡mi pinche y despreocupada vida!

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