miércoles, 6 de agosto de 2008

LA EUBOLIA

No es un animal, ni una enfermedad, ni un tecnicismo de esos que tanto se acostumbran en esta época de la globalización. No, la eubolia es una virtud tal como lo son la bondad o la nobleza y, en su significado más amplio, consiste en la discreción y reserva que debe tener una persona para no expresar sino lo indispensable y lo que conviene decir.

Azorín, el magistral escritor español, en su libro "El Político", le dedica a la eubolia todo un capítulo, relacionándola, sobre todo, con la actitud que todos los políticos deberían guardar al respecto, practicándola en todos sus actos públicos ya que el hombre reservado es aceptado siempre con consideración, interés y respeto.

En política, según Azorín, siempre gana más quien sabe callar y no dice sino lo preciso que el que deja que se desparramen sus palabras sin ton ni son y muchas veces dichas sin la más mínima reflexión, por lo que, en vez de transmitir un mensaje positivo para sus escuchas, originan dudas, confusión y desconcierto.

Y todo lo anterior viene a cuento, porque según parece, el Presidente electo Felipe Calderón, va a continuar la tónica que nos ha recetado Vicente Fox, a lo largo de su sexenio, o sea: hablar de todo nada más por hablar, como si únicamente la tarea de un gobernante fuera la de plantarse ante los micrófonos a soltar su verborrea desmedida y no existieran asuntos de Estado que merecen una atención concentrada para localizar convenientemente su resolución.

En efecto, Felipe Calderón, una vez que lo declararon Presidente electo, no ha dejado de pronunciar discursos a cuanto sitio asiste, de tal manera que, en el poco tiempo que lleva de hacerlo, sus conceptos ya son repetitivos, pasando por alto que aun cuando un tema se puede mencionar abiertamente, es mejor irlo descubriendo poco a poco para que no pierda su trascendencia y siempre tenga su debida importancia.

Al seguir el ejemplo de Vicente Fox, seguramente que pronto los mexicanos nos empezaremos a cansar de un Presidente locuaz que no hace sino repetir las promesas que tantas veces mencionó en campaña, a sabiendas de que muchas de ellas no iba a poder cumplirlas por las insuficiencias presupuestales o por los obstáculos de todo tipo que, irremediablemente, se oponen muchas veces a los propósitos de los gobernantes.

En consecuencia, ojalá que alguno de sus consejeros sepa inducirlo sobre las conveniencias de la discreción y la reserva y no caiga en la triste costumbre que tuvo su antecesor, que por no saber ser callado se metió en múltiples problemas que al final de su mandato le han acarreado tanto desprestigio.

El Sol de Acapulco
14 de octubre de 2006

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